miércoles, 25 de marzo de 2009

CAPITULO X: Factor psicológico e identidad

En lo que vulgarmente se llama «psicología», criollos e indígenas hemos diferido hondamente. Aún más, también se ha registrado una variante regional entre el criollo costeño y el criollo andino. La gente de la costa que es o se siente criolla ha heredado mucho o poco de la ligereza andaluza de esos siglos y del carácter festivo de muchos sectores negros; no sabemos desde cuándo el negro fue así o si se volvió así al llegar a América, como un modo de resistir la dominación; pero el hecho es que su temperamento aparece casi siempre burlón, donoso, festivo. Hasta ahora se nota en los grupos que sobreviven.
El criollo de los Andes, se impregnó bastante de la formalidad indígena, (quechua, aymara o de otras etnias). Las diferencias entre los dos grupos de criollos habrían empezado en la misma cuna. Siendo siempre de clases altas o medias, tanto unos como otros contaron con ayas (amas de leche) de origen negro e indio, respectivamente. Mucho se transmitió de ellas a los críos en esos años y en los de la infancia, dejando huella indeleble.
Demás decir que los mestizos, casi siempre de madre nativa, heredaron el temperamento materno; era con sus madres con quienes vivían. Se transmitió mucho de la llamada «tristeza andina», producto del medio social y tal vez también del paisaje solitario y rudo. La gente es más formal, seria y hasta solemne.
En todo caso, esos elementos psicológicos no eran permanentes, inherentes (esto sería racismo), tal como lo prueba el caso de la transformación mental del andino de estos tiempos afincados en la costa o en las grandes ciudades de selva y hasta de la sierra. «Serrucho», una tira cómica de hace medio siglo, ya ironizaba sobre los indígenas «avivados» que sobrepasaban en habilidad a los criollos. En la actualidad los «achorados», ya en un extremo inconveniente, revelan con su conducta hasta qué punto puede darse la velocidad de transformación en el espíritu de la gente. El achorado, en efecto, sobrepasa la agresividad criolla y puede llegar al delito.
El chino y el japonés trajeron el equilibrio de su formación budista, identificada aquí con parsimonia. Nada sabemos de los canacas, inmigrantes esclavizados de la Polinesia, exterminados con rapidez en las haciendas cañeras, donde trabajaban en condiciones inhumanas al lado de los chinos. Venían del comunismo primitivo; apenas si conocemos por datos sueltos que se suicidaban con frecuencia, inadaptables lógicamente para el trabajo sistematizado. O se dejaban morir de hambre, a pesar de los rebencazos de los capataces que con frecuencia eran afro peruanos.
En el mismo sentido, Jesús Martín-Barbero plantea que necesitamos dejar de oponer las culturas autóctonas, “como mundo de nuestra autenticidad, de autoctonía, de nuestra verdad profunda versus el mundo de los medios masivos como el mundo de la frivolidad y de la pura actualidad instantánea.”[1]

[1] Martín-Barbero, Jesús (1999) “Las transformaciones del mapa cultural: una visión desde América latina.” En Revista Ámbitos N° II. Pág. 9. Bogotá, Colombia.

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