miércoles, 25 de marzo de 2009

CAPITULO III: ¿Cuando nace el Perú?

Muchas naciones siguen todavía dialogando en torno a la época precisa en que surgieron a la historia. En el Perú también se ha promovido debates absurdos inspirados por un hispanismo ñoño (que nada tiene que ver con la España verdadera del Cid o de Goya). No hace tantos años Pareja y Paz Soldán sostenía que los peruanos éramos «españoles que habíamos perdido el boleto de retomo a España». Este afán de borrar la memoria india puede verse desde un inicio y por ello Francisco Pizarro tuvo la desfachatez -es la palabra correcta­- de «fundar el Cuzco» un 23 de marzo de 1534; y aunque Manco Inca le enmendaría la plana poco después, el hecho está allí, como en la Plaza de Armas de Lima, capital del Perú, donde hasta hace poco se erguía la estatua, no al fundador de Lima española sino al conquistador del Incario, pues se presenta a caballo y espada en mano (así no se fundan ciudades); y decimos «de la Lima Española» porque hubo otra, antes, la Lima yunga, hermosa y polícroma que aquél arrasó para dar sitio a sus compañeros de empresa. Esa Lima yunga de la cual nadie quiere acordarse en país tan alienado como el nuestro.
En tema tan conflictivo como el nacimiento del Perú, bueno es oír a Jorge Basadre: «Creemos casi siempre que historia del Perú quiere decir «historia de los hechos ocurridos e n relación con el Estado llamado Perú». Limitación de concepto, a la vez que vaguedad en la perspectiva del tiempo. Su origen hállase en el tradicional encajonamiento de la historia dentro de los sucesos, los individuos y las instituciones. La historia de las ideas y de los sentimientos puede brindar sin embargo, sugerencias y virtualidades innumerables.
«Así es como se llena de resonancia esta pregunta de aparente sencillez: ¿Cuándo nace el Perú? La respuesta puede ser voceada desde distintos ángulos. El geólogo dará noticia del momento determinado en la vida de la tierra a la cual corresponden las distintas capas del suelo peruano. Para el historiador de la cultura occidental, el Perú entra en escena cuando Francisco Pizarro arriba a Tumbes. Un estudiante de Derecho Político responderá con aquella estampa de la Plaza de Armas de Lima, en el instante en que San Martín pronuncia sus palabras: «Desde este momento.......». En cambio, cuando se trata de averiguar acerca del nacimiento de la conciencia nacional peruana, la respuesta sólo puede darse después de una pesquisa. Pasado muchísimo tiempo después de la formación geológica del territorio, sólo algunos siglos después del desembarco de Pizarro, y algún tiempo después de la encendida escena de la conciencia nacional peruana, aún no lo suficientemente madurada.

«El Perú, como nombre y como hecho social, donde coexisten lo hispano y lo indígena, no aparece modesta o desapercibidamente. No proviene de que el Estado español fija linderos y demarca provincias. Es una nueva sociedad la que nace entre sangre y llanto en un abismo de la historia con un estrépito que conmueve al mundo. El Estado español llega más tarde, después de constatar el acontecimiento, con el fin de utilizar y administrar esta realidad ya bullente. El mismo nombre «Perú» es fruto de ese impulso colectivo, lucha y connubio a la vez: surge de un bautismo anónimo, desplazando el nombre oficial de «Nueva Castilla». Entendámoslo bien; no es «Nueva Castilla, es el Perú.

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