miércoles, 25 de marzo de 2009

CAPITULO VII: Dios hizo al mundo y deshizo al Perú

Muchos modos hay de definir a una nación. Pero creemos que es imprescindible una colectividad humana y que son sustanciales, casi siempre, un territorio común, un sistema económico más o menos integrado, una psicología y costumbres generales parecidas así como una cultura que a todos enlace. Se debe contar con un pasado común y compartido y con una visión de futuro bastante similar en todos los miembros de la colectividad, en todo aquello que es eje de la nacionalidad. No es imprescindible una religión común, ni tampoco un idioma único.
La colectividad peruana se asienta sobre un suelo determinado, con límites definidos por los tratados internacionales. Pero tal territorio dista de ser parejo. Al contrario es uno de los más dispares del globo terráqueo. Por eso desune. El Perú es una tierra extraordinaria. Sus paisajes son de los más variados y hermosos y contienen la enorme mayoría de los climas y los círculos ecológicos de la tierra. Por ello su territorio ha sido calificado de «planeta pequeño» por sabios coloniales. Suelo extremadamente arrugado, va desde las nieves perpetuas a costas marítimas semi-tropicales y a junglas ecuatoriales.
«Dios hizo al mundo y deshizo al Perú», sostuvo, en brillante metáfora, un distinguido -y olvidado- geógrafo peruano, el puneño Emilio Romero. Quienes por azares de la vida hemos tenido que viajar un tanto por nuestro territorio y caminarlo en todas sus formas - incluso a pie- sabemos que tal afirmación dista de ser un juego literario. No existe en el mundo un suelo más desconcertante, casi invencible. Es de abismos y desiertos, de volcanes extintos o que humean, de montañas inconquistables. De hielo y lodo, de aludes y terremotos, de puna y arenal, de selvas inmensas y bosques de piedra. De secos pajonales inmensos en las altiplanicies. De maleza y pantano en junglas infinitas. País sin agua y con mucha agua según comarcas. País al cual la rueda no pudo entrar sino con el tren, el motor y la hélice.
Es el Perú un terrible escenario, inhumano realmente. Sus límites son anormales. Lo flanquea el océano mayor del planeta, en un mar sin islas, apenas roquedales. Al otro lado, la mayor selva de la tierra. Entre selva y mar, tiene incrustada a la segunda cordillera del orbe en altura y la primera en longitud.
Tal vez fuimos los primeros en señalar que el marco geográfico peruano evoca al Congo, al Himalaya y al Sahara Norafricano. Sobre tan contrastado panorama, la desolación ha sido lo constante, el denominador común. Desierto de agua salada en un mar sin islas. Desierto de arena en un litoral casi rectilíneo, con poquísimos puertos naturales. Desierto de piedra, ichu y nieve en los Andes. Desierto de bosques, maleza y pantano en la selva.
En el Perú los seres humanos nos apretujamos, cada vez más violentamente, en algunos valles o vivimos dispersos en infinidad de rincones, tratando de protegernos de la agresividad del medio ambiente. Y comunicarnos es difícil. Los ríos, que en otros lados son medios de comunicación, aquí separan. Por lo torrentosos. O peor todavía, por lo profundos, aunque lleven poca agua. Por eso los chasquis -lo que rara vez se ha dicho- se comunicaban a gritos, usando el eco, de cerro a cerro.
Dentro de estas perspectivas, la tendencia ha sido a unir. A unirse para sobrevivir. Jugando con ideas, Louis Baudin señaló que si Adán y Eva hubiesen sido puestos en el Perú habrían perecido. De allí la vigencia de instituciones como el ayni, la minka, la hayka y hasta la mita. Hay que unirse a fin de sobrevivir. La obra vial de los mochicas, los huaris y sobre todo los incas debe ser contemplada como una angustiosa necesidad de unir, de vertebrar, de soldar lo roto por la geología en un país vertical.
Este suelo mantiene todavía lo esencial de esas contradicciones y apenas si la ingeniería moderna ha arañado un suelo que continúa como un reto. Este largo comentario no está demás, por que el caso de la regionalización es tanto menos factible si meditamos en la situación de las líneas de comunicación, sin las cuales no es posible ningún plan.

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